Imagen de la factoría de Pomigliano
La planta de Pomigliano, cerca de Nápoles, está desde hace años trabajando al 25% de su capacidad y que produjo el año pasado 35.000 unidades para Alfa Romeo. Con la mayor parte de su personal, 5.300 trabajadores del grupo Fiat y 10.000 de empresas auxiliares, en expediente de suspensión. El plan de Fiat presentado fue invertir 700 millones de euros en la planta para fabricar allí su modelo Panda, que actualmente se produce en Tychy, Polonia, a cambio de acordar un nuevo régimen de flexibilización laboral que establece:
- Reducción de los descansos.
- Horas extras compulsivas a petición del director para pedidos de gran volumen.
- Trabajar tres turnos (en lugar dos) hasta el domingo por la mañana, renunciando a la semana laboral que finalizaba en viernes.
- Sanciones contra lo que Fiat considera bajas por enfermedad “inaceptables”.
- Restricciones en el derecho de huelga.
Un paquete que en conjunto implica la liquidación de conquistas históricas de los trabajadores e incluso va en contra de disposiciones de la Constitución de la República.
El “acuerdo” comenzó a complicarse cuando el principal sindicato metalúrgico (la FIOM) se oponía a firmarlo. Sergio Marchionne, gerente de Fiat, advirtió que la firma de un convenio con los restantes sindicatos podía transformarse en un mero papel pintado y contraatacó con una nueva posición. Estableció que el acuerdo debía ser refrendado en un referéndum por los trabajadores de la fábrica napolitana, anunciando que cerraría la planta, dejando en la calle a sus 5.300 trabajadores si el acuerdo no alcanzaba un “consenso suficiente” en la votación.
El pulso de Fiat contra los trabajadores se convirtió en un caso testigo y toda la patronal italiana advirtió la trascendencia de lo que estaba en juego: el principal diario lo definió como “un episodio crucial en la historia de las relaciones sindicales del país” (Corriere della Sera, 21/6). Los berlusconianos se jugaron a reproducir en el plano sindical la desarticulación del centroizquierda que han logrado en los últimos años en el terreno político; es decir, darle un golpe a la Fiom, la CGIL y la izquierda sindical. Los opositores del Partido Democrático, en cualquier caso, dejaron a un lado sus diferencias con el gobierno y se sumaron, junto a la patronal y la burocracia sindical, al coro de los que exigían el voto por el “sí”. Llegaron a realizar una manifestación callejera, encabezada por los sindicatos amarillos y el personal jerárquico de la Fiat, que alcanzó la singular proeza de lograr que el informe de la policía contabilizara el doble de manifestantes que el de los propios organizadores. La lucha por el “no” quedó en manos de la izquierda política y sindical, pero contó también con el apoyo de los trabajadores de Tychyp, la planta polaca, al enviar una carta en su apoyo que revela una madurez política notable y reclama la unidad internacional de los trabajadores, desgraciadamente un trabajador de la planta de Fiorino fue despedido al distribuirla por el correo electrónico interno de la compañía.
El día anterior al referendum, realizado el 22 de junio, el Corriere della Sera ya se curaba en salud, cuando admitía que “el triunfo del sí está descontado, pero el problema es por cuánto margen”. Al día siguiente, los titulares de los diarios no dejaron lugar a dudas, cuando plantearon que el plan de Marchionne estaba ahora “puesto en cuestión”. Tan sólo el 62% de los trabajadores votó a favor, Fiat esperaba por lo menos un 80%. Todo el plan ha entrado ahora en un impasse, porque sin ser un “catastrofista” Marchionne advirtió claramente la trascendencia de que un 40% de trabajadores haya votado “no” en un plebiscito cuya única opción era aceptar el ajuste o quedarse en la calle.
A la patronal italiana le preocupa que el acuerdo de “paz social” se transforme en un papel sin valor, porque, al no haberlo firmado, la FIOM no tiene ahora impedimentos legales para impulsar medidas de fuerza a las que podrían sumarse los trabajadores afiliados a los sindicatos que sí lo hicieron. Rápido de reflejos –y mostrando que cuando se trata de atacar a los trabajadores el centroizquierda no le va en zaga a Berlusconi– un senador del Partido Democrático acaba de proponer que se promulgue una ley que impediría que los trabajadores afiliados a un sindicato que firmó una “paz social” se adhieran a una huelga convocada por un sindicato que no lo haya hecho.
Pero Marchionne ha dado a entender que no le cierran las salidas legislativas: para ser tal, el acuerdo tiene que contar con la firma de la FIOM. La posibilidad de la reapertura de una negociación con este sindicato es una confesión de que su extorsión ha fracasado, y la disposición de la FIOM a aceptar esa negociación, por su lado, es también un síntoma de que no pretende llevar hasta el fondo una resistencia a los planes de la patronal –como, después de todo, nunca lo ha hecho, ya que han sido sus concesiones las que vienen permitiendo los avances de la Fiat en los últimos años.
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